MORELOS
Era aquel héroe el de las cimas, el de las águilas; el
que veían atónitos los soldados del virreinato y pávidas, intimidadas, las
estrellas. Era aquel héroe de progenie hercúlea. Su espada fue el relámpago. Su
pedestal, la más alta montaña. Su contendiente, el Destino.
La inteligencia de Morelos veía todo. El fue quien vio primero la República. Algo no vio jamás ese hombre: el miedo.
Bajaba, como alud, del monte; se desprendía, como
torrente, de la cumbre; le vieron mil veces caer sus enemigos; pero no como cae
el gladiador herido, sino como cae el rayo.
En nuestra guerra de Independencia, Hidalgo representa
el amor que crea; Morelos, la fuerza; Guerrero, la constancia. Parece que
Morelos desenraizaba héroes, como un titán arranca cedros.
Parece que le seguía, no un ejército, sino un bosque
de campeones.
La muerte, se desplomó al herirle, y arrodillada
entonó el salmo de la inmortalidad.
A ese hombre no lo hizo la sociedad, lo hizo la
naturaleza.
Brotó esa luz de la sombra, como la aurora y como el
rayo. No heredó el genio, lo conquistó.
Fue de los videntes, fue de los zahoríes, de los que
crean por la potencia invencible de la voluntad. Adivinaba.
Hidalgo dio el toque de clarín; Morelos fue el
capitán, Iturbide se aprovechó de la insurgencia, como el soldado toma lo que
lleva la soldadera en su canasto. Hidalgo fué el de la torre… el de la torre
que llamo a la misa de la patria; Morelos, el de la montaña, el de la llanura,
el roble, el río; Guerrero, el tenaz, el irreductible, el antecesor histórico
de Juárez; Iturbide, el del cuartel.
Todos ellos fueron útiles a la causa de la
Independencia. Pero sintetizando nuestro pensamiento, bien podemos decir:
Hidalgo es venerable; Morelos, hermoso.
Alcen las boscosas montañas el himno al héroe augusto;
canten las cataratas la oda a sus
proezas, y corone la Cruz
del Sur el sepulcro del mártir.
Manuel Gutiérrez Nájera.
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